7 errores que cometemos al viajar (y casi nadie te dice)
Viajar te enseña que los mejores planes son los que se adaptan a la dinámica de cada viaje.

Iba rumbo a Estocolmo con una escala en Lisboa perfectamente planeada: horarios ajustados, paseos soñados, todo armado al milímetro, pero bastó un pequeño retraso en el vuelo para que perdiera la conexión. Durante unos minutos, me invadió la frustración. ¿Y ahora qué? Iba para una reunión importante, y sólo tendría 3 días para visitar la ciudad. Luego respiré, dejé fluir, y decidí salir a caminar. Me perdí entre callejones de Alfama, descubrí una tasca diminuta donde cantaban fado, y metí mis pies en las aguas del Tajo mientras me tomada un café mirando el atardecer sin prisas. Ese pequeño "accidente" de viaje terminó regalándome uno de los recuerdos más auténticos de mi vida. Desde entonces aprendí: en los viajes, lo que no planeas suele ser lo mejor que te pasa.
Viajar no solo es moverse de un lugar a otro; es moverse por dentro también. A veces, por no soltar el control, nos perdemos de lo más bonito.
Aquí te comparto algunos errores que, si puedes evitar, harán que tu experiencia sea mucho más rica (y menos estresante):
1. Subestimar el impacto del primer día
Uno llega al destino como quien aterriza en otro planeta: cansado, hambriento, confundido, con el cuerpo diciendo "¿qué está pasando aquí?". El jetlag te puede tumbar como si fuera una gripe emocional. Pensar que vas a recorrer toda la ciudad apenas llegues es una trampa.
Mi consejo: el primer día es para adaptarte, hidratarte, estirarte, y si se puede, ver el cielo. No para correr de museo en museo. En Bankok, Tailandia, terminé cambiando mi recorrido de templos por un masaje tradicional y un té helado. Mi cuerpo y mi alma me lo siguen agradeciendo.
2. Viajar con “plan itinerario” en lugar de “plan energía”
Hay quien planifica su viaje como si fuera una operación militar: hora por hora, sitio por sitio; así era yo. No obstante, reconozco que no somos robots. Si vienes de 14 horas de avión, tu cuerpo no entiende de boletos de entrada ni de "tours no reembolsables".
Tip real: no armes ningún tour exigente para el primer día. Reserva el primer día para aterrizar tú también, acostumbrarte al horario, el clima o simplemente el nuevo aire. En Roma, en vez de seguir mi plan de recorrer cinco plazas la última vez que fui, terminé tirado en un parque viendo cómo jugaban los niños locales. Fue uno de los momentos más humanos de todo el viaje, por lo que luego me premié con un auténtico capuchino.

3. No entender el “ritmo” del destino
¿Desayunar a las 7 am en Sevilla? ¿Cenar a las 6 pm en Buenos Aires? Olvídalo. Cada cultura tiene su ritmo, y luchar contra él solo te da hambre y mal humor.
Lo mejor: el primer día date permiso para observar y ajustar. Si ves que todo pasa más tarde, ajusta tus horarios sin culpa.
En Madrid, pasé de desesperarme a abrazar la siesta con devoción, y no necesariamente durmiendo, sino sentándome en una plaza a leer o en El Retiro a disfrutar de la tranquilidad del lugar. Me transformé en un madrileño honorario en menos de 48 horas.
4. Pensar que todos los lugares turísticos valen la pena
No todo lo famoso es para ti. Hay lugares que son maravillas para unos y un bostezo para otros. Y está bien. Tengo una lista larga de lugares que me han recomendado, de los cuales me he ido, antes de terminar de visitarlo.
Secreto: conversa con locales. Ellos te dirán dónde están esas joyas no turísticas que no aparecen en Instagram. Así descubrí unos templos en Bucarest, y pude huir del Louvre en París, para pasar una tarde en un mercado de antigüedades donde terminé pasando horas feliz como niño en juguetería (me lo recomendó un ibrero de la Rue de Seine.
5. Dejar todo el aprendizaje cultural para los museos
Claro que los museos enseñan, pero la vida verdadera no tiene guías de audio. Por eso siempre busco los espacios diferentes, que aportan no solo imágenes y conocimientos, sino sensaciones inolvidables.
Recomendación: entra a supermercados locales, visita mercados de barrio, y sobre todo, come donde come la gente del lugar. En México, descubrí que comer en un mercado de comida corrida era mil veces más revelador que cualquier folleto turístico. Además, mi estómago sobrevivió (por poco, pero sobrevivió).

6. No dejar espacio para “el error”
Planearlo todo al milímetro suena muy bien... hasta que la vida te sonríe de lado. Lo dice un experto en planeación estratégica, que sin dejar de lado los planes macro, ahora deja lo micro a lo que fluya en el mismo lugar.
Clave: cuando algo salga mal, sonríe y di: “¡esto también es parte del viaje!” Date permiso de ver qué hay detrás de ese error. En Japón, tomar el tren equivocado me llevó a un pequeño pueblo de montañas cubiertas de niebla. Jamás habría llegado allí por decisión propia. Fue un regalo inesperado, 100% recomendado.
7. Olvidar que uno también cambia mientras viaja
Planeamos el viaje como quien hace una lista de compras, pensando en lo que creemos que queremos. Pero el viaje te cambia: nuevas emociones, nuevas prioridades. Esta es quizás mi parte favorita.
Sugerencia: no solo veas lugares. Siente, escucha, huele, vibra. Da espacio para que el viaje te mueva, y métete en todo rincón que la seguridad te permita.
En Bali, pensé que querría fiestas en la playa, pero terminé levantándome al amanecer para despertar mis sentidos como lo hace el resto de los seres vivos de ese lado del planeta; ¡fue perfecto!
Viajar es un acto de transformación, pero también de responsabilidad.
Cuando viajamos, no solo coleccionamos fotos: tejemos relaciones, emociones, memorias. Viajar responsablemente es recordar que los lugares que visitamos no son parques de atracciones, son hogares vivos. Ser flexibles, empáticos y conscientes no solo nos da mejores viajes: también nos convierte en mejores personas.



